domingo, 28 de noviembre de 2010

Aire que entrego y recibo




Para algunos la ciudad es su casa.
Para otros es casi lo opuesto, un frío, una distancia, un espinoso círculo.
¿Cómo definir nuestra ciudad o nuestra casa, cómo hablar de nosotros sin nosotros?
Están convencidos, bastantes, de que su vida comienza y termina en ellos, en sus vínculos, en cierta idea o sensación del mundo, en la fatalidad de unas células que portan documento.
Personas, memorias, hábitos, espacios, la ciudad nos crece y nos lleva, nos guarda, nos desampara.
Para mí escribir o pensar Villa María equivale a sentirla.
Para algunos, sentir es poseer o ansiar lo que se siente, para otros, sentir es una ráfaga del misterio, la pasión, la pena o una confusión, un pánico.
¿Cómo le describiríamos nuestra ciudad a un extraño, bastaría el río, el ferrocarril, el centro del país, los tambos? ¿O una serie de nombres en su equívoca cita con la historia?
¿O hablaríamos de nosotros para mostrar la ciudad? ¿De nosotros, de ellos, de quiénes?
Al pronunciar Villa María ¿a qué nos referimos? a nuestro barrio, los amigos, los políticos, los deportistas de la ciudad, a los enemigos, los comerciantes, las instituciones?
Sergio Stocchero me invita a colaborar en esta página del El Diario y dice, el tema sería, Villa María como sentimiento… ¿Ustedes creen que es fácil? No.
Fácil sería enumerar, citar, ceñirse a una anécdota más o menos abarcadora, a una metáfora de esas que le salen a los poetas como una plumita de la boca y creer que hallamos una llave para la ilusión de expresar en qué medida vamos siendo hechos o deshechos por la ciudad ¿y cada árbol, y el viento, y el sol contra los puentes y el caballo de los cortaderos?
Lo difícil es, en 3000 caracteres con espacio, sesenta líneas, lenguaje periodístico, decirme, decirles cómo esta ciudad se transformó en mi vida. ¿Importa eso? Acaso a mí me importe pero, lo verdaderamente interesante es el alba atravesado por las bicis de los laburantes, las noches perdidas entre adolescentes y desvelos, la infinita tela de los actos ciertos, el patio, la esperanza, todo presente, tanta memoria volviéndose sangre del sentido. Pero claro, de eso no se puede escribir ni acá ni en ningún sitio.
Nieto y padre de villamarienses al saludar a algunos sé fatalmente de sus ancestros y descendientes, amistades, trabajos, preferencias y enconos, sé las etcéteras, porque el nacido y criado aquí hereda empatías ,prejuicios … En estas ciudades aún pequeñas nadie camina solo .Y el qué llegó ayer, hace un año, diez?, qué siente, cómo camina la ciudad, con qué tropieza, hasta dónde avanza volviéndose un íntimo testigo?…y el que viene los fines de semana? o en vacaciones? y el país que pasa de noche durmiendo o expectante ¿qué ve? otra interrupción en la infinita llanura cordobesa? y esos que te preguntan cuando andás por cualquier costado del país ¿sos de Villa María?¿cómo están la sierras? Y esos que te miran como si hablaras de la nada o un pantano.
Ahora, para algunos Villa María es el casino; un lugar hermoso para irse, un desafío…una imagen a escala del país, un tontódromo, una herida. Para otros el único escenario, aquel oscuro espejo, el techo de sus sueños, el sótano del cielo.
Para mí la ciudad es, también, una superstición, un hueso, un aire que se entrega y se va, como el amor, las lágrimas, el tiempo.